¿Por qué amamos tanto viajar?
Encontramos precisamente esa respuesta en un viaje, un viaje a África.
Viajar a África era uno de esos sueños tan ciertos, tan definidos y certeros que hacerlo era como una especie de peregrinaje, de irnos a encontrar con nuestro hogar verdadero, así que a finales del 2015, cuando la oportunidad pudo concretarse, el corazón se llenó de gran emoción.
El viaje comenzó en la tarde del día de Navidad con un vuelo a Madrid, una ciudad que nos recibió con un invierno dorado e inmerso en escenas un tanto familiares, pero cubiertas de un aire de magia que nos adelantaba un poco de las sorpresas que llenarían nuestro camino.
Una de esas sorpresas fue la riqueza de color e imágenes que nos brindó Marruecos con sus contrastes culturales y religiosos, con sus sabores de Medio Oriente y las miradas de sus mujeres quienes llenaban las calles de sus medinas con un ritmo donde comercios, especias, frutas y camellos compartían un sitio en el que el tiempo se había detenido.
Perderse en los laberintos de las medinas era una invitación que no pudimos rechazar, recibiéndonos siempre una taza de té y una plática amena. Entre tren y tren (la mejor alternativa de transporte) descubrimos nuevas amistades y una excelente repostería y arte de café que seguimos extrañando en las noches frías.
La magia del desierto y las medinas marroquíes dio paso a la vida palpitante de Tanzania, donde estuvimos presente en su ciudad más importante, Dar es-Salaam, un lugar donde todo era color y ritmo. El sincretismo cultural se notaba en los vestidos y las faldas de las mujeres, llenas de motivos florales y naturales, así como estilos propios de la India.
Esta riqueza cultural se notaba también en el constante sonar de mambo, un ritmo distinto al mexicano, una música perfecta para disfrutar de las playas y el color turquesa del Océano Índico, colores que nos encantó compartir con gente tan amigable, que nos ayudaba con las direcciones sin pedir nada a cambio.
Además, aprendimos muchas palabras con significado interesante e, incluso, hasta un poco familiar con las historias que en los 90s nunca nos perdíamos. Ente estas palabras están:
Después dejamos un poco el bullicio de la ciudad para encontrarnos con el bullicio natural de los elefantes, jirafas, rinocerontes, bisontes y demás animales del Serengueti, bajo la indescriptible belleza del Monte Kilimanjaro. Fue hermoso ver con qué creaturas compartimos esta Tierra, animales tan fascinantes y diversos como diversas ideas encontramos con la gente, seres que nos muestran la esencia de la vida, en un lugar que nos dejó sin aliento.
En dichas planicies nos encontramos también con los masái, un pueblo dedicado al ganado y a disfrutar la vida a su modo, entre fiestas y sonrisas al viajero, al mundo y su naturaleza.
Finalmente, viajamos a la isla de Zanzíbar, un lugar fascinante por sus riquezas naturales, por las multitudes apostadas en las mezquitas y por la energía de sus niños, quienes con su canto, su danza y su felicidad te invitan a quedarte, una invitación difícil de rechazar.
Otro aspecto de importancia durante nuestro viaje fue observar la publicidad que se hace en dichas sociedades, demostrando las diferencias que hay entre la cultura occidental y oriental. La publicidad en África (sobre todo en Tanzania) es abundante en su humor, en los colores vibrantes que se lleva en cada diseño, además de mantener una actitud muy positiva y enfocada a la creatividad, a generar sonrisas.
Al comienzo de esta nota dijimos que en este viaje entendimos la respuesta a la pregunta:
¿Por qué amamos tanto viajar?
Despegarnos de las escenas diarias de nuestra vida es uno de los anhelos más frecuentes en nuestros corazones, ¿pero por qué lo hacemos? Viajar no nos provee de oxígeno, comida, descanso o sustento para subsistir, pero sí de algo mucho más importante:
Se experimenta, se descubre, se es libre.
Se viaja para encontrar lugares que jamás pensamos o imaginamos.
Se viaja para descubrir que el mundo es tan pequeño.
Que las distancias no existen cuando se comparte una sonrisa.
Cuando se viaja las fronteras se borran.
Cuando se viaja, se vive.